Las alumbradas de la Encarnacion Benita
de Domingo Miras
Premio Tirso de Molina 1980
(1986)

REPARTO (por orden de aparición)
Amelia del Valle Sor Teresa
Miguel Torres El santo
Pilar San José Sor Luisa María
Ana Guerrero Sor Catalina
Lola Santoyo Sor Anastasia
Marina Simonet Sor Bernardina
Ramón Serrada Conde Duque de Olivares
Vicente Cobos D. Jerónimo de Villanueva
Lope Moreno Fray Francisco
Mercedes Calvo Dª. Inés de Zúñiga
Roberto Cabezas
Juanjo Guerenabarrena Felipe IV

FICHA TECNICA
Dirección Musical Miguel Torres
Percusión Ramón Serrada
Iluminación Escenografía y Vestuario Bruno Vella
Realización Vestuario Eloina de Casas
Realización Escenográfica Manolín Suárez
Producción Ruth Gartenhaus – S. Navas
Ayudante de Dirección Juanjo Guerenabarrena
Dirección Jorge Eines

Agradecemos la colaboración Pilar Francés y Guillermo López.
Un espectáculo producido por Ensayo 100
CON LA COLABORACIÓN DEL INAEM M.º DE CULTURA

Las alumbradas de la Encarnacion Benita

ENSAYO 100 es un intento a favor de la coherencia. Coherencia con años de formación actoral, que exigen ya un escenario. Coherencia con un criterio de trabajo que se cimenta en la investigación práctica y que nos lleva a proponer un mínimo de cien ensayos ?por eso U denominación? previos al estreno. Coherencia con nuestras propias exigencias, que ya no soportan la justificación por carencias económicas; las cosas hay que hacerlas igual. Coherencia, en fin, con la dignidad artística de lo que queremos hacer, de donde se desprende que hay otra forma de coraje: la humildad.

Soy requerido para escribir esta nota en el programa, y obedezco a pesar de mi convicción de que casi nadie lee estas notas: antes de que comience la función, el espectador saluda a sus amigos o charla con su acompañante mientras, a lo sumo, pasea una fugaz mirada sobre el reparto; y una vez que el espectáculo ha terminado, es evidente que carece de sentido la lectura del programa, aunque haya quien se lo lleve a casa pensando en leerlo al día siguiente; lo que, por supuesto, nunca hace.
Cumplo, sin embargo, con el rito, y escribo unas palabras sobre la obra. Es habitual entre los autores una cierta resistencia a estas explicaciones, alegando que la comedia debe hablar por sí misma y huelga todo tipo de presentación. Sin embargo, lo cierto es que cada vez hablan menos por sí mismos los productos de cualquier clase, todos reclaman sus correspondientes intérpretes, pregoneros, exegetas, introductores o intermediarios de todo tipo, que les protegen del manoseo directo del consumidor, lo mismo que hace el papel de celofán con las espinacas del supermercado. Conservo mis dudas sobre la eficacia de este empaquetado cuando es el propio autor teatral quien lo realiza, pero, en fin…
En 1979 escribí «Las alumbradas de la Encarnación Benita tras varios meses de investigación histórica que me llevaron a un tomo manuscrito de la Colección Folch y Cardona, que está en la Biblioteca de la Academia de la Historia, y que me parece que es el que sirvió de base a don Gregorio Marañón para escribir su «Don Juan»; y, sobre todo, al
proceso que la Inquisición sustanció en 1645 contra doña Isabel de Caparroso, que se conserva en el Archivo Histórico Nacional, y que fue un filón que me proporcionó una inconmensurable cantidad de datos, muchísimos más de los que podría necesitar. Es evidente que Marañón no tuvo acceso a este expediente, que aporta una infinidad de noticias y detalles que él no llegó a conocer. El proceso de las propias monjas de San Plácido y de su capellán, que tuvo lugar en 1630, se ha perdido; pero la mayor parte de él se trasladó como testimonio judicial al de la Caparroso, que se inició quince años después como complementario del anterior y que, afortunadamente, se conserva. Es muy voluminoso, pero muy interesante, y a veces siento la tentación de transcribirlo y publicarlo íntegramente. De él salieron todos los detalles, absolutamente fidedignos, que conservé en mi texto: los nombres de las monjas, sus respectivos caracteres, relaciones, sucesos y problemas, sus demonios respectivos y lo que éstos les decían, el ilusorio universo que crearon entre los muros de su encierro y la sorprendente influencia que ese mundo absurdo comenzó a ejercer sobre el mundo exterior…
Un drama de interiores: la deformación de la realidad que resulta de la doble reclusión física y espiritual; una deformación orientada a embellecer la vida de intramuros mediante la desviación de la norma y el desarrollo de la ilusión. En este caso, el fenómeno se deslizó hacia la heterodoxia y el paraíso interior se quebró. En más amplios horizontes, las mismas o parecidas ficciones nos permiten ir viviendo, aunque al precio de hacerlo en una halagadora mentira. Tal vez por eso me he abstenido radicalmente de condenar a estas criaturas de San Plácido, y hasta bien pudiera ser que un poco de la piedad que les damos deberíamos reservarla para nosotros mismos.
Domingo Miras

Reseña núm 166 – Julio-Agosto 1986
Las Alumbradas de la Encarnación Benita, como queda apuntado en la entrevista por el propio autor, parte de una rigurosa investigación histórica basada en el manuscrito de la Colección Folch y Cardona (Academia de la Historia) y en el proceso que la Inquisición española realizó en 1645 contra doña Isabel de Carrascoso, que se conserva en el Archivo Histórico Nacional. La dramatización de los acontecimientos que finalizaron con el proceso de las monjas de San Plácido y su capellán (1630) se basa, pues, y como suele ser sana costumbre en Domingo Miras, en una realidad que él recupera, y que la perspectiva histórica le permite analizar desde ese despegado lugar que tanto amó Valle?Inclán: autor arriba, mirando con respeto y compasión las evoluciones de sus criaturas.
La católica España de Felipe IV se convirtió, sin duda, en un albur de oscurantismos, intrigas e intereses propios o de Estado. Estamos, no se olvide, en plena Reforma, confuso momento, propicio escenario para acuñar extraordinarios acontecimientos donde la mística, lo herético, la incultura y e! poder político se infiltran en conventos y palacios bajo la mirada terrible de la Inquisición. Se vive el entresijo del pícaro, la sutileza del falso iluminado, la ignorancia que jamás supo distinguir lo adjetivo de lo sustantivo. Se vive, en fin, lo que tanto dolor diera a nuestra historia.
El «encantamiento» (empleo un concepto abstracto para no rozar otro de mayor peso y compromiso como sería el de milagro) que sufren las monjas de San Plácido es revisado desde tres ángulos de sólida consistencia: El poder místico que el Cristo de Velázquez (allí confinado durarte años) produce en la priora del convento y que viene a desencadenar los restantes acontecimientos. La revisión psicológica (lo más, naturalmente, subjetivo del texto, pero no por ello menos documentado) de la comunidad religiosa; las relaciones humanas de un grupo reducido, siempre complejas y jamás carentes de conflictos encontrados. Y por último, la trama de permanentes intrigas que genera el poder (tanto el Real como el interior), ajeno a la realidad religiosa pero siempre determinante.
Domingo Miras presenta, en efecto, una trama de psicologías torturadas por la frustración, la duda, la envidia… Y como columna vertebral de aquella comunidad que ve roto su sosiego por la supuesta gravitación de su superiora frente al Cristo, un personaje que el autor dibuja con especial cuidado: Fray Francisco, capellán del convento, sensual director espiritual, valedor de voluntades, tendente a un particular iluminismo. Sobre él gira la pretendida transverberación de la priora, detonante de los siguientes acontecimientos: un «poder» demoníaco se apodera de cada una de las monjas. Quizá el poder del Demonio, se llega a pensar, no sea otra cosa que la máxima revelación de Dios. Los sueños de trascendencia, la confusión mental de las mujeres y la sugestión colectiva parecen convertir el convento en un sanatorio psiquiátrico donde el capellán cumple las veces de enfermero incapaz de poner paz en las almas de las monjas. Se habla allí, abiertamente, de santidad, de que la silla de Pedro podría ser ocupada por Fray Francisco. El Dios / demonio ha entrado como la carcoma con serias pinceladas de herejía. El mismo Felipe IV y el Conde?Duque de Olivares vigilan de cerca los desmesurados acontecimientos. El escándalo ronda inevitablemente la orden religiosa y lo que fueran unos segundos de misticismo amenaza con terminar como un verdadero problema de Estado. Dice la historia que fue el mismo Felipe IV quien puso final a tales hechos poniéndolos en manos de la Inquisición.
Domingo Miras, empleando un lenguaje perfecto, va graduando los momentos de forma aparentemente sencilla, justa en sus matices. El texto no puede ofrecerse con mejor tino y refleja perfectamente la situación histórica en todas sus complejidades.
ENSAYO 100, encargado de la puesta en escena, es un grupo joven pero perfectamente disciplinado y entregado a su trabajo. La dirección y puesta en escena de Jorge Eines apenas acusa la limitación de medios materiales y crea un ambiente solemne, denso, donde cada objeto adquiere el valor preciso. El conjunto que se presencia ofrece un tono general de sobriedad donde la música y los cantos se funden perfectamente con la acción. Los diferentes personajes han sido tratados en profundidad y cada uno de ellos muestra, cuando menos, las principales características que la propuesta necesita.
«Las alumbradas de la Encarnación Benita resulta un espectáculo sugestivo, engranado, con un estimable regusto de teatro linajudo.
Es lástima que ni las fechas de su estreno ni las condiciones de materiales puedan contribuir en mayor medida a su perfecta difusión.
Miguel Medina Vicario